miércoles, 26 de marzo de 2008

MI HISTORIA FAMILIAR

MI HISTORIA FAMILIAR

Esta mujer de la foto, es una de las grandes personalidades de mi familia. Se trata de mi abuela materna: Josefa Pomares Zerquera, a quien todos en mi ciudad natal conocían por Fifi la mexicana.
Mi abuela nació en Kinchil, cerca de Quintana Roo, Yucatán, México, en 1896. Mi bisabuelo, es decir, su padre, emigró de Cuba forzosamente, ante el peligro que pendía sobre él, de ser obligado a enrolarse en el ejército español para combatir a los insurrectos cubanos que el 24 de febrero de 1895, habían reanudado las hostilidades contra su metrópoli política.

Mi bisabuelo Eligio Pomares, era hijo de un oficial francés, quien llegó a México para defender el reinado del controvertido emperador Maximiliano I de México, quien terminó muriendo a manos de Benito Juárez y los suyos, fusilado en la ciudad de Querétaro el 19 de junio de 1867.

Muerto Maximiliano, sus soldados terminaron diseminados por las islas francesas del Caribe. Mi tatarabuelo de apellido Pomaret, dicen que terminó en la isla de Martinica, y allí se casó con Abelina Sirut, con quien tuvo a mi bisabuelo Eligio. En tierras americanas, su apellido Pomaret, se castellanizó convirtiéndose en Pomares.

Desde hacía un siglo atrás, ya otros Pomaret, habían probado suerte en la isla de Cuba, así que Eligio y su padre decidieron asentarse en la mayor de las Antillas. En Cuba, en la villa de Trinidad, conoció Eligio a su futura esposa, Felicia Zerquera.

La familia Zerquera era una familia muy singular. El abuelo de Felicia, era un negro esclavo que creemos nació en Cuba, hijo de negros esclavos traídos de algún rincón de África, y pertenecientes a la tribu de los mandingas. Se llamaba Manuel, y adoptó el apellido Zerquera de parte de su amo.

Todos los negros esclavos no gozaban de las mismas condiciones de vida. Los privilegiados eran empleados en las labores domésticas en las grandes casonas y palacios de las ciudades. Por su parte, los más desgraciados, eran obligados a trabajar de sol a sol en las plantaciones de caña de azúcar u otros cultivos.
Manuel vivía en una de las casonas más ricas de la Villa de Trinidad, y tuvo la tremenda suerte de contar con el cariño y el respeto de su amo, quien confiaba a ciegas en sus predicciones, las cuales realizaba utilizando seguramente, algunos de los oráculos de las religiones ancestrales africanas.

Un día, el amo de Manuel le consultó algo muy importante. Estaba a punto de embarcarse en un gran negocio y quiso saber la opinión de Manuel en aquel tema. El negro echó a tierra sus caracoles y le dijo a su amo: “Abandone ahora mismo ese proyecto, pues si lo lleva a cabo, su patrimonio correrá un grave peligro”. Su amo lo escuchó, y algún tiempo después, comprobó que su esclavo había acertado de pleno y que le debía el no haberse arruinado.Se sentía en deuda con él, así que un buen día lo llamó y le dijo:
-Manuel, estoy en deuda contigo y quiero recompensarte. Pídeme lo que quieras, que te lo concederé.

Está claro que para un hombre esclavo, no hay nada más importante que la libertad, pero Manuel no deseaba cambiar de vida, pues no era para nada una vida desafortunada. Después de pensarlo un poco, le dijo:
“Mi amo, lo que yo deseo es que cuando yo tenga un hijo, nazca libre.”
Así fue. Manuel tuvo un hijo con una negra esclava al que llamaron Andrés Zerquera, mi tatarabuelo. Andrés fue uno de los hombres más afortunados de mi familia. No sólo por haber nacido libre, todo un sueño para miles y miles de personas en la Cuba de entonces, sino porque vino al mundo por las mismas fechas que el conde de Brunet, en el palacio situado justo al lado de la casa donde él nació.
El condecito de Brunet y mi tatarabuelo eran íntimos amigos. Jugaban juntos y de estos roces de la infancia, nació una bonita amistad que perduró en el tiempo. Luego, como Andrecito era un niño libre, los sacerdotes franciscanos del convento que estaba en la esquina de su casa, se lo llevaban para que los ayudara con sus cosas, pero como mi tatarabuelo tenía interés por el estudio, muy pronto aprendió a leer, a escribir, y así consiguió tener una cultura muy superior que la de la gente de su clase.

Cuentan que mi tatarabuelo Andrés era un gran devoto de la religión católica, y aún siendo negro, consiguió ejercer como monaguillo de la iglesia de la Santísima Trinidad.
Se casó con Andrea, una muchacha de piel blanca y ojos azules, pero quien paradójicamente había nacido esclava, pues era hija de una esclava mulata y un señor español de apellido García.
Andrés Zerquera y Andrea García fundaron una hermosa familia, y vivieron cómodamente gracias a la renta de las tierras y otras propiedades que tuvo a bien regalarle el conde de Brunet a su amigo de la infancia.

De este enlace nacieron varias hijas hembras: Gloria, Ana, La Niña, Felicia, y un varón al que llamaron Amelio. Ana y Amelio murieron de tisis. Gloria nunca se casó. Se quedó solterona pues siendo ellas mulatas de una posición social elevada, lo tenían muy difícil para encontrar esposos, pues un negro o mulato pobre no podía poner los pies en aquella casa para pedir la mano de una de ellas, y una persona blanca, era improbable que lo hiciera, por la evidente diferencia racial. Como si eso fuera poco, por aquel entonces, la población masculina en Cuba era muy inferior a la femenina, por todos los muertos de las guerras independentistas.

La Niña se escapó de casa con un señor blanco, que terminó dejándola abandonada. Luego se casó con un señor de apellido Echemendía con quien tuvo su descendencia.
Mi bisabuela Felicia, se quedó sola cuando su prometido escapó de la isla en 1895 huyendo de la guerra. Algún tiempo después recibió una carta de su novio, quien le pedía a su familia que la dejaran a ella partir para reunirse con él, prometiendo que no la dejaría desamparada y se casaría con ella.
Para mis tatarabuelos esta fue una decisión muy dura. Dejar marchar a su hija sola en un barco, sin saber qué destino le depararía, sin haberse casado, era todo un problema. Finalmente la dejaron ir, sabiendo que estando la isla en guerra, su destino en Cuba podía ser tan aciago como navegando en busca de su amado Eligio.
En México, se casaron mis bisabuelos, y se asentaron en una humilde choza, entre descendientes de indios mayas en el poblado de Kinchil.
Mi bisabuelo enseguida consiguió trabajo en una de las haciendas henequeneras cercanas.

Para su desgracia, cuando lo pusieron a trabajar allí como mecánico, echaron a la calle a un indio maya, quien se convirtió en su peor enemigo.
Una mañana, aprovechando que mi bisabuela se había quedado sola en su destartalada choza, aquel indio introdujo por una de las ventanas, una serpiente de cascabel. Mi bisabuela al verla, se desmayó del susto, y este señor aprovechó la oportunidad para violarla, con la mala suerte de que la dejó embarazada.
Mi bisabuela no contó nada de lo sucedido, no sabemos si por no haberse enterado de nada, o simplemente por no crear allí un conflicto mayor. Lo cierto es que los chamanes de aquel lugar, notaron algo especial en el vientre de mi bisabuela.

Decidieron hablar con ella y le dijeron: “Nosotros hemos visto que la niña que va a nacer es un ser especial, y queremos que nos entregues su cabeza”. Mi bisabuela no entendía nada de lo que le estaban diciendo, pero tampoco se negó a nada.

Cuando se puso de parto, esos mismos chamanes y brujas serían los encargados de atenderla durante el parto, así que la hipnotizaron, y cuando mi bisabuela despertó, ya había dado a luz, pero no tenía allí con ella a su bebita.

Los chamanes hicieron un macuto con el cuerpecito de la recién nacida y se la llevaron a sus templos sagrados, y allí le hicieron una ceremonia en virtud de la cual mi abuela se convirtió en santa de aquel lugar y de aquella gente. Ser santa, según las creencias religiosas de aquellas personas implicaba tener privilegios tales como un séquito de personas que la atenderían en todo, no sólo durante su existencia terrena, sino que serían sus súbditos incluso después de muertos. De esto ya hablaré más adelante.

Aquel indio que violó a mi bisabuela, estaba feliz al saber que aquella niña era suya. Así que no se le ocurrió mejor idea que invitar a beber a mi bisabuelo para celebrar el nacimiento de “su hija”. Y como si ya no hubiera sido todo esto lo suficientemente macabro, en su copa le echó un potente veneno que lo dejó desquiciado, enloquecido, en muy malas condiciones. Mi bisabuelo empezó a sufrir ataques de locura, se convirtió en una persona de comportamiento esquizofrénico.

Los chamanes se dieron cuenta enseguida de lo que estaba pasando, así que se pusieron manos a la obra y no pararon hasta librarlo de aquella rara enfermedad.

A la sazón, la guerra en Cuba había terminado, y mis bisabuelos soñaban con la idea de regresar a Trinidad de Cuba. Pero no les iba a ser tan fácil marcharse porque su hija, que ya tenía 5 años, era tratada como una verdadera divinidad en la tierra. Su vida era tan metódica e importante para aquella gente, que ya le habían buscado pretendiente, con quien iba a tener que casarse en cuanto cumpliera la mayoría de edad.

Finalmente mis bisabuelos terminaron robándose a su propia hija, y una madrugada se marcharon sin ser vistos. Al menos eso fue lo que intentaron hacer, pero uno de los chamanes de ese pueblo los sorprendió en plena fuga y les dijo: “Esa niña nos pertenece, y tendrá que regresar aquí algún día”. Ellos prometieron que sí, que algún día regresarían, sabiendo que no volverían jamás a pisar aquellas tierras.

Mis bisabuelos se asentaron en Trinidad, en una casona de la parte vieja de la ciudad. Compraron una casa que es la misma casa donde yo nací. Ya en Cuba tuvieron otra hija: “Carmen Pomares”, esta sí, hija legítima de mi bisabuelo.

No sé si mi bisabuelo llegó a sospechar algo, viendo las diferencias físicas evidentes entre sus dos hijas, o si se dio cuenta sólo cuando murió y ya pudo enterarse de todo desde su nueva vida de espíritu. Habían pasado 5 años desde su regreso de México, cuando mi bisabuelo empezó a sufrir nuevamente aquellos ataques de demencia. Eligio, en medio de sus delirios, se sentía atacado y por tanto agredía a todo aquel que se le acercaba. Una vez estuvo a punto de matar a su propia esposa, a quien dejó toda ensangrentada hiriéndola con una chaveta de zapatero, es decir, con una de esas cuchillas con que los zapateros por aquel entonces, cortaban las pieles para confeccionar los zapatos.

Desde entonces, él mismo en un momento de lucidez, decidió recluirse en el hospital psiquiátrico de la Habana. Allí murió y la familia ni siquiera pudo recuperar su cadáver.

Por su parte, mi bisabuela decidió llevar adelante con mucha fuerza de voluntad su viudez. A pesar de conservarse aún muy bien, declinó todas las proposiciones de matrimonio que le hacían incluso señores españoles. Conjuntamente con sus hermanas y sus hijas, fundaron una casa de costura, y tanto éxito tuvieron, que terminaron cosiendo para las grandes familias acomodadas de la ciudad.

Aún me acuerdo de mis visitas a casa de la hermana de mi abuela Carmen Pomares, a quien llamábamos Carmita, siendo yo un niño. Ella me hablaba de aquella época en que vivían de la costura. Me contaba que cobraban caro sus trabajos, así que vivían bastante cómodamente. Sin lujos, pero con comodidad.
También me contaba mi abuela que su madre era simpatizante del Partido Liberal, y que muchas veces los miembros de ese partido, para actos y otros acontecimientos políticos, le encargaban banderas cubanas, las cuales, muchas veces ella tenía que terminar en tiempo récord.
Muchas veces mi bisabuela se levantaba de la cama con fuertes jaquecas para cumplir con esos encargos que ella entendía importantes.

Como por aquella época, había tan pocos hombres en Cuba, pues habían muerto en grandes cantidades en la guerra, las amigas íntimas se prestaban entre ellas a sus esposos para que embarazaran a las demás. Tener un varón joven en la familia, era algo así como un preciado tesoro. A mi abuela Fifi, prácticamente la casaron con un primo suyo, es decir, con mi abuelo Juan Bautista Zerquera. De esta unión nacieron 2 hijos: Juan Antonio Zerquera, y Lucía Gloria Zerquera.




Muchos años después, estando mi abuela supuestamente estéril, pues le hicieron una compleja operación en el cuello del útero, se quedó embarazada de mi madre, pero como mi abuela había descartado que pudiera estar embarazada, jamás sospechó que se encontraba en estado de buena esperanza.

Cuentan que cuando mi abuela supo que estaba embarazada, ya tenía como 8 meses. Mi madre vino al mundo el 17 de julio de 1940, y sus hermanos se ocuparon prácticamente de criarla. Era la más pequeña de los hermanos, la más pequeña de los primos, etc, así que todo el mundo siempre la quiso mucho.




Dejaré la historia familiar aquí. Sólo agregaré algunas ideas que me parece no debería obviar.

Cuando mi casa se convirtió en un taller de costura, varias mujeres del barrio, amigas de mi bisabuela, se emplearon allí para hacer las tareas domésticas, como lavar, fregar, cocinar, etc, cosas que mis familiares no hacían para poder dedicarse a la costura. También era una manera de permitirles a todas aquellas mujeres que llevaran el plato de comida a sus hogares respectivos, por allá por los tiempos del machadato, ( 1925-1933) una época en la que se pasó mucha hambre en Cuba.

En aquella casa no habían hombres, y mi bisabuela estaba renuente a volver a meter otro hombre en su vida. Eran mujeres muy castas, así que no veían nada bien eso de las relaciones extramatrimoniales. Era algo que al parecer, no consentían. Por esa razón, una de esas mujeres, quien se estaba acostando con un señor, sin estar casados, se quedó embarazada, y por tal de no tener que mirar a la cara a mi bisabuela, le dijo que se iba de la casa.

Se empleó en otra casa y tuvo su hija. Años después murió dejando huérfana a su hija, quien se llamaba Evarista. Mi bisabuela fue al velatorio de aquella señora a quien consideraba su amiga, y estando allí, aquella pequeña se le prendió de la falda llorando, y le dijo: “Felicia, lléveme con usted, que yo no quiero vivir más aquí”. Mi bisabuela la trajo para su casa y allí vivió toda su vida y murió muy anciana.

Yo conocí a Evarista. Era una anciana muy cariñosa. Yo no me pregunté nunca qué hacía en mi casa. Para mí era una abuela más y no me cuestionaba nada más al respecto. Todos la queríamos con locura. Ella nunca se casó y nos quiso a todos como sus hijos y sus nietos. Era una mujer muy humilde.
De ella me acuerdo que siempre se sintió con la obligación de servir a los demás en mi casa. Recuerdo que le llevaba el desayuno a mis padres a la cama, y muchas veces me daba de almorzar, o de merendar. Recuerdo perfectamente cuando murió, y recuerdo perfectamente que pidió que la enterraran en la tierra, pues no se sentía merecedora del honor de ser enterrada en el panteón familiar. Creo que se respetó su última voluntad.

Lo cierto es que hoy en día, cuando en mi casa se realizan sesiones espiritistas y se invocan a los muertos de la familia, ella siempre es el primer espíritu que viene, porque al parecer, es la que más poder tiene en los planos espirituales, y dicen que eso se debe a su pureza de alma y a que aquí en la tierra no tuvo nada de ella. Vivió toda su vida para servir a los demás.
Hoy la vemos llegar sonriente a las misas espirituales y diciendo: “Esta es mi casa”. Y diciendo: “Pídanme a mí lo que deseen, que yo tengo mucha luz”. Yo, desde mi plano, los ayudo a todos y estoy pendiente de ustedes”.

Una noche llegó a mi casa una de esas mujeres que había servido allí. Llevaba a su pequeña en brazos y le dijo a mi bisabuela: “Felicia, te traigo a mi hija mortalmente enferma. Deseo que le des cristiana sepultura, pues yo no tengo dinero para enterrarla”.
Mi bisabuela decidió hacer con aquella niña lo que no se atrevió a hacer con su marido. Esperó que llegara la madrugada, se echó una capa encima, y así corrió hacia las afueras de la ciudad, hacia uno de esos barrios humildes donde vivían los negros descendientes de esclavos. Cuentan que en casa de una negra bruja estaba la luz encendida, y una mujer le dijo: “Venga, Felicia, que la estoy esperando”.
Aquella negra con sus poderes ancestrales le devolvió la salud a la pequeña niña, que se llamaba Graciela. Graciela, aunque no la llegué a conocer, también murió anciana en mi casa.

Mi bisabuela Felicia, un buen día dijo que no quería seguir viviendo. Su vida había sido muy dolorosa y estaba cansada de todo, así que dejó de comer y murió.

Posiblemente desde entonces, vino a vivir, o a pasarse largas temporadas en mi casa la madre de mi abuelo, Luisa Miranda, otro de los personajes de mi familia. Todos sus hermanos varones murieron en la guerra, y ella era una mujer curtida en ese ambiente. Con ella sí que la vida no podía. Vivió muchos años y fue un referente de aquella generación.

Teniendo yo ya cerca de 20 años, y habiendo muerto ya todos estos venerables ancianos de la familia, mi madre me dijo que fuera a visitar a Inés Zerquera, la hermana de mi abuelo Juan Bautista. Inés vivía en la Habana y estaba ya muy viejita. Tenía cerca de 90 años. Cuando llegué a aquella casa a verla, una de sus hijas me dijo: “Ella está acostada, pero pasa a su habitación”. Yo pensé que me encontraría a una mujer agonizante, pero no. Me sorprendí cuando ella se puso en pie y me invitó a pasar al salón para conversar.

Tenía la mente perdida. No era capaz de mantener en su cabeza una idea clara de quien yo era, pero para mí, que ya llevaba al historiador en las entrañas, era una verdadera suerte poder conversar con ella. Vivió aún varios años más. Era una mujer encantadora. Recuerdo que siempre me daba dinero y le decía a sus hijas que me atendieran bien y me dieran de comer.

Cuentan que mi abuela Fifi, a cada rato se quedaba poseída por un espíritu llamado Ramayo. Era un indio maya que la acompañaba. Formaba parte de esos guerreros encargados de protegerla. Cuando ese espíritu pasaba por el cuerpo de mi abuela, hablaba en su lengua, y algunos pensaban que mi abuela se había vuelto loca. Aquello no lo sabía prácticamente nadie. Era uno de los secretos de la familia.

Cuando mi abuela se enfermó de muerte, y los médicos dijeron que su fallecimiento era cuestión de días, toda la familia se preparó para lo peor. Sin embargo, pasaron semanas y meses y mi abuela no moría. Estaba ingresada en el hospital en estado de coma, pero no moría. Y no murió hasta que pasó por allí un espiritista y le dijo a la familia: “Ella tiene con ella a unos espíritus que la mantienen con vida, y no morirá hasta que no le alejen a esos seres.”

Mi familia tuvo que buscar a un brujo de las religiones africanas para que él con su poder, desprendiera a esos seres, y el alma de mi abuela pudiera al fin descansar en paz.

No hace mucho, en la sesión espiritista que se hizo en mi casa el 22 de diciembre de 2007, por primera vez vino y habló el espíritu de mi bisabuelo, es decir, Eligio Pomares. Durante años él vivió resentido con la familia. Pero al parecer, ya su alma está más tranquila y se ha acercado a nosotros sin mayores problemas. Desde entonces ha llegado a mis manos mucha información sobre el apellido Pomaret, y hace apenas 15 días he estado en París. Quiero pensar que todo esto está ocurriendo ayudado por él.

Mi abuela Fifi nos ha dicho que sí, que ella se pasa la vida allá en México, en la tierra que la vio nacer. Todos esos espíritus siguen con ella, y por eso tiene mucho poder en los planos espirituales. Los espíritus africanos que nos asisten, le llaman: “La señora”, con un poco de rintintín. Y al parecer, algunos de esos espíritus mayas hoy se ocupan de ser guías espirituales de mis hermanas y de mí mismo.

TADEO

domingo, 16 de marzo de 2008

HABLAR DE SEXO


HABLAR DE SEXO

Dejo a los lectores, estas reflexiones que acabo de escribir para una amiga. Espero que les resulte de interés.

Querida amiga:

Hablar de sexo siempre es complejo, porque a lo largo de los siglos se ha convertido en un tema tabú para la mayoría de las culturas. Por tanto, me admiro y me maravillo al leer tus palabras, al verte abriendo las compuertas de tu alma para gritar a los cuatro vientos lo que sientes, y cómo sientes tus experiencias sexuales.
Me parece maravilloso que lo hagas, que eches a rodar esta forma de pensamiento que sin dudas, ayudará a que poco a poco las mentes, se vayan liberando.
Lo que has hecho, abrir tu corazón para permitirnos entrar en esa zona vedada donde guardas tus sentimientos, emociones y pensamientos que nacen de tus experiencias sexuales, es como permitirnos compartir contigo el acto del amor, y por tanto, me siento feliz porque sueño con que un día, todas las mujeres del mundo sean capaces de hablar de sexo sin tapujos y amar con el cuerpo sin tapujos.

El sexo, y todas las energías que emanan de nuestro cuerpo físico, son muy poderosas. De ellas, la energía sexual (que no se debe confundir con la kundalini) tiene la peculiaridad de ser, por sus peculiaridades vibratorias, la que más fácilmente detectamos, la que resulta, por tanto, más familiar a los seres físicos.
Debido a ello, es que el acto sexual se nos revela como un mecanismo magnífico de aprendizaje místico y espiritual. ¿Por qué? Pues por muchas razones. En primer lugar, por lo ya expuesto: Es una energía que todos sabemos identificar fácilmente, y todos los que han enseñado algo a otros alguna vez, saben que uno de los principios básicos de la enseñanza, es partir de lo conocido, para llegar a lo desconocido, por tanto, el poder sentir como esa energía existe y se manifiesta, sirve a los instructores de metafísica, para acercar a sus discípulos al universo de las energías, partiendo de las más “groseras”, hasta llegar a las más “sublimes”.
He puesto groseras y sublimes entrecomilladas, para que quede claro que no las estoy ubicando de manera jerárquica, y que estoy totalmente en contra de que se demonice a la energía sexual. Creo que hacerlo es un gran error que tú has superado en tus reflexiones, y a lo que yo me sumo totalmente. Simplemente he querido advertir las diferencias que existen entre todas esas energías que parten de cada uno de nuestros chakras.
Es interesante que los estudiantes de metafísica, procuren ponerse en contacto con todas y cada una de las energías que emanan de nuestro cuerpo físico, para identificarlas y saberlas reconocer y utilizar de manera adecuada.
Todos sabemos que ciertas escuelas esotéricas orientales de la India, China, etc, utilizaron y tal vez utilicen incluso hoy, las prácticas tántricas, es decir, el uso de la energía sexual, de esa energía que emana del chakra del sexo, para despertar la kundalini y así alcanzar la iluminación.
Los maestros tantricas han advertido siempre de los peligros que ofrece este camino de crecimiento espiritual.
Al menos en mi caso, nunca me he sentido tentado a practicarlo, en primer lugar por la complejidad que estas técnicas presentan, y por la barrera psicológica que tenemos los humanos occidentales, debido a siglos y siglos de represión sexual.
Sería engañarnos pensar que no nos costaría trabajo, pasar por encima de esas barreras y tabúes, y comportarnos sexualmente de acuerdo a nuestros principios actuales, adquiridos de espaldas a la sociedad, y emanados de las enseñanzas espirituales recibidas.
Nosotros, seres en evolución espiritual, muchas veces hemos sentido la necesidad de romper con el mundo en muchas cosas. Algunos de nosotros lo hemos conseguido más, otros menos, siempre en función de nuestro valor, de nuestras condiciones objetivas concretas y de las propias ataduras kármicas que nos impiden hacer de nuestra vida lo que el conocimiento que atesoramos, nos dicta.
Sería bueno que todos pusiéramos paz en nuestras almas y también, comprensión y discernimiento en nuestras mentes, para ampararnos y comprendernos a nosotros mismos. Para saber que el conocimiento que ha ido llegando a nosotros a lo largo de sucesivas encarnaciones, no siempre lo tuvimos, y que incluso, hoy que nos hemos quitado de los ojos algunos de los muchos “velos” que nos impiden ver la Verdad del UNO, no estamos exentos de enredarnos en la telaraña de Maya, y vivir a la par, también una vida mundana, a la cual no debemos temer.
Simplemente nos toca hoy actuar en consonancia con nuestro grado espiritual.
Un estudiante de matemáticas de segundo grado, resolverá muy fácilmente las operaciones propias del primer grado, resolverá con algo más de trabajo, las propias de su nivel, y sucumbirá a las operaciones de los grados superiores. De igual modo, todo ser humano, resolverá o sucumbirá en cada caso, ante los ejercicios vitales a los que se enfrentará a lo largo de su vida. Es ley de vida.
Somos seres terrestres que hemos apenas abierto la puerta que nos permitirá dar pasos en el camino del crecimiento espiritual, pero nos ayudará mucho ser humildes y reconocer nuestras limitaciones, ser humildes y procurar comprender la distancia que existe entre nosotros y los grandes seres espirituales del universo, sin dejar de sabernos una chispa divina, y por ende, Dios mismo.
Entender que somos Dios y a la misma vez, un grano de polvo desorientado en la bastedad del universo, es la Sabiduría.

Regreso al tema SEXO.
Decía que la energía sexual, por sus peculiaridades vibratorias, resulta fácilmente identificable por todos. De hecho, la conservación de la especie, ha sido confiada a ese “dragón”, a ese “titán” magnífico que a la mayoría de nosotros nos doblega o nos ha doblegado, si no en esta encarnación, sí en la mayoría de ellas.
Es importante que se diga que el “pecado” sexual (y uso esta expresión sólo para acercarme a la mentalidad occidental) no se puede medir por el número de contactos sexuales (cosa muy propia de la iglesia cristiana) Es decir, por ejemplo: “Tantos actos sexuales realizados, tantos Padre Nuestros a rezar”o lo que es lo mismo, por ejemplo: “10 actos sexuales, 10 veces pecador”.
Este razonamiento es de locos. Es importante que midamos el “pecado”, no por la cantidad de veces en que incurrimos en él, sino por el apego que tenemos respecto a él.
Aquí es importante que dejemos claro que una persona muy apegada al sexo, lo puede hacer 100 veces, y que una persona nada apegada al sexo, lo puede hacer otras 100, y eso no quiere decir nada. Del mismo modo que un adicto al chocolate se puede comer 10 barras de chocolate y otro que no lo es, por la razón que sea, puede hacer lo mismo. Del mismo modo que puedes pasarte toda la tarde escuchando raeggetón con un amigo al que le encanta. Pero por haber estado los dos escuchando lo mismo durante el mismo tiempo, no quiere decir que ambos hayan vibrado de igual modo ante la misma música.
Quiero decir con estos ejemplos, que para saber cuan apegado se está del sexo, y esto es válido para todos los apegos materiales, lo importante es analizarnos internamente para llegar a descubrir la fortaleza o debilidad de dicho apego (conócete a ti mismo)
Ya lo dijo el maestro Jesús: “si te es dado renunciar al sexo, hazlo. “ Ahora bien, ¿quiso decir Jesús que debíamos todos dejar de tener sexo? Pues evidentemente, NO. Sus palabras fueron desgraciadamente mal interpretadas. Primero, la Iglesia Católica convirtió el “pecado” de la carne, en el gran pecado, a pesar de que la lógica más elemental deja claro que el sexo no puede ser para nada el gran pecado.
Los hombres se pueden hacer mucho más daño los unos a los otros, y podemos hacer a la humanidad muchísimo más daño.
Una vez alguien con quien conversaba sobre estos temas me decía que un mundo donde se practicara el sexo libre sería un caos. Yo le decía que un caos es este mundo en el que vivimos, donde los hombres se matan los unos a los otros, se explotan los unos a los otros, se dañan los unos a los otros.
Lo que Jesús quiso decir es que toda persona vivirá la sexualidad de acuerdo a su grado de evolución espiritual. Los seres menos evolucionados vivirán la sexualidad de una manera mucho más animal, mientras que los seres más evolucionados, la vivirán de un modo más espiritual.
De aquí podemos deducir que en un mismo acto sexual, dos personas pueden vivir experiencias totalmente diferentes. De ahí que el sexo, a pesar de la importancia de la cópula física, tiene un componente muy importante de cópula espiritual. Todos sabemos y hemos comprobado la complejidad que conlleva acoplarse física y espiritualmente con otra persona, y queda claro que el acople espiritual es lo más complicado.
No procuremos imponer nuestra manera de ver el sexo a los demás. Cada uno lo verá desde su grado de crecimiento espiritual. No es bueno convertir nuestras vidas en una entrega desenfrenada al placer de nuestros cuerpos físicos, eso debe quedar claro. Por tanto, no divinicemos el acto sexual. El acto sexual puede ser un acto de amor divino, pero no siempre lo es. Lo es cuando las personas que lo realizan, manifiestan a través de él, esa espiritualidad, ese amor, ese sentimiento puro y hermoso que los arrastra y abraza, pero no siempre es así.
Al coito se puede llegar por otros caminos muchos menos puros, y por tanto, en esos casos, no ayudan al crecimiento espiritual.
Ahora bien, no podemos mirar el sexo sin tener en cuenta que es un fenómeno con peculiaridades culturales. No en todos los países se vive la sexualidad del mismo modo, ni tampoco se ha vivido de igual modo en todos los momentos de la historia. No es lo mismo el sexo hoy, que en tiempos bíblicos.
En occidente, debido a la interpretación errónea que la Iglesia Católica hizo de las palabras de Jesús, el sexo se convirtió en un tabú, y por tanto, hemos arrastrado una sexualidad enfermiza y limitada que ha producido muchísimos trastornos al ser humano, desde patológicos hasta de carácter social.
El temor al “pecado” del sexo, ha llevado al ser humano a limitar su necesidad de dar y recibir amor. Teniendo en cuenta que la humanidad en estos momentos está compuesta por seres más materiales que espirituales, es lógico entender que la sexualidad deba jugar un papel preponderante a la hora de manifestar esos sentimientos. Luego, como todo lo que se prohíbe, atrae, los impulsos sexuales se han visto acrecentados debido a la represión sexual que hemos sufrido.
Me parece magnífico que poco a poco, las personas se vayan liberando de esas cadenas y se deje de demonizar la sexualidad, porque está claro que contribuirá a todos los niveles, a favorecer las relaciones humanas y a que fluya el amor entre los seres, y esto lo digo dejando claro lo que ya he expresado: “Todo apego a lo material constituye atraso espiritual”, y por tanto, el apego al sexo, es también una muestra de ese apego.
¿Qué postura debemos tomar ante el sexo?
Creo que lo correcto es amar. Creo que en lo que hay que pensar es en el amor. Luego, que cada persona, según su grado de crecimiento espiritual, lo manifieste como mejor pueda.
No quiero dejar de señalar, que me parece de locos, invitar a una persona ordinaria a reprimir sus impulsos sexuales. Esto puede hacerle más mal que bien. Luego, creo que en el camino de la espiritualidad, hay muchas cosas que superar de la personalidad humana, antes que luchar contra el dragón de la sexualidad. Ya lo dijo el propio Gautama el Buda: “Si hubiera tenido que luchar contra algo más poderoso que el apego sexual, no habría alcanzado la iluminación”.

En el caso de los humanos más evolucionados, sucede que entienden el YO, como algo menos apegado a su cuerpo físico, y por tanto, manifiestan el amor más a nivel de sus vehículos espirituales. Podrían amarse con el cuerpo, pero nunca será un sexo grosero, no será un sexo que busque por encima de todas las cosas el placer genital. Los grandes seres buscan el placer del alma.

No quería dejar de hacer referencia a lo que dices respecto a lo que significa para una mujer dejar entrar a una persona en su interior. Siempre he creído que ese acto es un acto de una entrega mucho mayor que el acto de dar.
Creo que por ese camino también deberíamos ser conscientes de que en este camino hacia romper con las ataduras sexuales que hemos heredado de generación en generación, la sociedad ha colocado a la mujer en el papel de trofeo, de poseída, y al hombre en el papel de conquistador, de el que posee. La mujer en el papel de la que pierde algo en cada acto sexual, y el hombre en el papel del que gana siempre con cada acto sexual.
Debemos luchar todos juntos para conseguir acabar con esa forma de pensamiento. El sexo debe ser en todo caso, un acto en el que todos ganemos. En el que todos poseamos.
Decir además, que los hombres también deseamos dejarnos penetrar por la esencia espiritual de nuestra chica, queremos dejar que eso que es ella, se funda con nosotros de modo tal en que ya no sean más dos, sino uno solo.

Sin embargo, creo que la mujer tiene la suerte de poder igualar el acto espiritual de abrirse para que entre el otro, al acto corporal de abrirse para que entre el otro.
Creo que por eso, por esa peculiaridad del cuerpo femenino (y por otras peculiaridades de la sexualidad femenina) es que ellas tienden a igualar más fácilmente el sexo con el amor. A los hombres eso nos cuesta más, porque el amor lo entendemos como dejarnos penetrar el alma por la esencia de la otra persona, mientras que el sexo es un acto en que tomamos, en que penetramos, no somos penetrados.
Además, como el sexo es algo que ocurre al interior del cuerpo de la mujer, es lógico que la mujer lo viva como algo más de dentro, es decir, como algo más espiritual, mientras que el hombre lo vive como algo más externo, y por tanto, más propio de lo físico. De ahí, que existan determinadas propensiones psicológicas que hacen que la mujer tienda a relacionar más fácilmente el sexo con el amor, algo que a los hombres nos cuesta un poco más. Aunque, no quiero quitarle peso, en el caso de los hombres, a la enajenación que hemos sufrido con respecto al cuerpo femenino. Es decir, como es más difícil para el hombre, obtener el cuerpo de una mujer, que para una mujer obtener el cuerpo de un hombre, el hombre se encuentra en peores condiciones de buscar al unísono sexo y amor, cosa que la mujer sí puede dedicarse a hacer. Ella puede elegir entre todos los cuerpos que se le ofrecen, mientras que el hombre toma cuanto cuerpo se le ponga a tiro, porque no se siente en condiciones de desperdiciar las pocas oportunidades que se le presentan.
No es lo mismo renunciar al sexo como lo hace la mujer, que lo hace pensando:“Yo no tengo sexo porque no quiero, pero si quisiera, sé que tendría aquí a muchos hombres dispuestos”, a como lo hace el hombre que piensa: “Yo no tengo sexo porque no encuentro con quien hacerlo”. Para colmo, el impulso sexual en el hombre es más poderoso, porque su cerebro produce un 25% más de testosterona que el cerebro de la mujer. Por esto, y por no tener los hombres las limitantes culturales que sufren las mujeres, está claro y se entiende que él le dedique más tiempo a saciarse sexualmente, que a buscar el amor. Las mujeres en cambio, que se sienten saciadas ante el apetito sexual de los hombres que la rodean, se dedican mucho más a buscar el amor, e incluso, a buscar un buen padre para sus hijos. También dicen los científicos que la mujer, al producir una célula sexual cada 28 días, mientras que el hombre produce entre 13 y 16 millones de espermatozoides por eyaculación, tiende incluso biológicamente, a ser más selectiva con los hombres, mientras que los hombres, que estamos preparados constantemente para aportar nuestra esperma, no somos apenas selectivos.

Creo además, que en el camino de conseguir que el cuerpo de la mujer (y en mucho menor medida el cuerpo del hombre) deje de ser visto y tratado como un objeto, las mujeres tienen mucho que hacer, pues por desgracia, muchas siguen permitiendo que se les valore por su cuerpo, y le ponen precio, muchas veces haciendo de su belleza física, su principal arma de subsistencia en el mundo físico. Creo que ellas deberían tomar conciencia de que ellas son más que su cuerpo, y no vivir para hacer de ellos su razón de existir.
Por su parte, los hombres tenemos que aprender a amar a las mujeres como tal, y no a sus cuerpos. Yo creo que en la medida en que nos liberemos de todos esos tabúes sexuales, quedaremos en mejores condiciones de amarnos y de darle al acto sexual un sentido mucho más espiritual y menos carnal de lo que le damos hoy.

Creo que como parte de la evolución espiritual que veremos a lo largo de la era de Acuario, presenciaremos la liberación de la sexualidad, en un primer momento, mucho más material, corporal, y luego, poco a poco, y como consecuencia de esto, quedará la humanidad en mejores condiciones de entregarse al amor espiritual y sublime.

Me abrazo a tu energía y comparto contigo ese amor en Dios en el que somos uno.

TADEO


sábado, 15 de marzo de 2008

CARLOS CASTANEDA


CARLOS CASTANEDA

Resulta complejo hablar de Carlos Castaneda, y lo es por más de un motivo. Primero, porque es una figura que ha conseguido muchos admiradores en todo el mundo, y muchos de ellos son verdaderos fanáticos de su obra, y ya se sabe a donde puede llevarnos cualquier tipo de fanatismo.
Otros, simplemente lo adoran como escritor. Sus libros enganchan, más allá de ser cierto o falso lo que cuenta. Y otros, aunque desde la duda, desean que lo que dijo, sea cierto.
Mi experiencia con los libros de Castaneda es la siguiente:
Este interesante y prolífico autor llegó a mí siendo yo un joven estudiante de metafísica, un joven en busca de la Verdad y con el tiempo suficiente como para entrar en todo y experimentar con todo. Muchos jóvenes de mi generación, allá en Cuba, teníamos predilección por muchas de estas prácticas esotéricas o estudios que se alejaban de la religiosidad convencional ofrecida por el cristianismo.
Devorábamos toda la literatura que nos caía en las manos, y poco a poco, fuimos conformando un grupo heterogéneo de amigos, donde cada uno aportaba los conocimientos adquiridos, ya fuera por la lectura, o por las respectivas vivencias personales.
Conocí a chicos y chicas que entraron a este mundo a través de la lectura de Castaneda, y me comentaron al respecto. Ellos intentaron tener experiencias paranormales consumiendo drogas de origen natural, como ciertas plantas alucinógenas de fácil adquisición en los campos cubanos. Luego nos contaban lo que habían vivido una vez alcanzados esos estados alterados de conciencia. Yo nunca participé de nada de eso. Nunca lo creí necesario.

Si bien, algunos de mis amigos, huérfanos tal vez de experiencias paranormales, se refugiaron en el consumo de esas sustancias, mi vida paranormal se movía en otra dirección. Lo suprafísico, en mi caso, aparecía por doquier, así que tenía una conciencia nítida de ese otro mundo paralelo a nuestra realidad física.
Como no he rechazado leer nada de lo que en mis manos ha caído, un buen día comencé a leer los libros de Castaneda, pero gracias a mis muchas lecturas anteriores, enseguida rechacé sus palabras como enseñanza para mi formación como ocultista.
Sobre estos temas relacionados con la parasicología y lo esotérico, he leído muchísimo, y por lo general, siempre he encontrado un denominador común en todos los autores. Sin embargo, Castaneda se convertía en una pieza que no encajaba en mi rompecabezas mental.
Algunos pensarán que sus enseñanzas podrían parecerme raras por provenir de un chamán de la etnia yaqui. Y a los que así piensen les digo que no creo que sea por eso.
Soy nieto de india maya, y mi guía en el plano espiritual (lo que en occidente algunos conocen como el ángel de la guarda) es una india mexicana. Por otro lado, he vivido entre negros practicantes de las religiones de origen africano y he conocido por dentro el mundo de la brujería, de la santería, del espiritismo practicado por esas personas, y salvo algunas pocas prácticas de brujería, no encuentro similitud entre las teorías de Don Juan con lo que yo mismo he aprendido entre brujos tanto vivos como muertos.
Además, esa voz interior que me guía, eso que dentro de mí me dice: “esto sí, esto no”, en este caso me ha dicho: “Esto no”.
Antes de escribir estas palabras he vuelto a leerme los relatos de poder y el conocimiento silencioso, y no han hecho más que recalcarme lo que ya pensaba. Son libros magníficos para disfrutarlos como literatura, e incluso, como ejercicio para el estudiante avezado, capaz de discernir entre lo que puede reconocer como una verdad trascendente y lo que no lo es.
Tengo amigos muy queridos que han llegado y entrado a este mundo, a través de los libros de Carlos Castaneda, y al menos eso es algo que tengo que reconocerle, y es que sus textos han sido capaces de despertar en miles de personas, esa percepción otra de la realidad. Ha conseguido dar un toque de atención en las conciencias de miles de personas, que en muchos casos, (no en todos) han sido capaces de empezar a mirar el mundo con otros ojos, con ojos más cercanos a la Verdad, a la realidad del Espíritu.
Sus libros están salpicados de sabiduría. Algunos dicen que Castaneda vertió en ellos, todo lo que había aprendido, lo mismo de unos maestros que de otros, y de esa mezcolanza obtuvo como resultado su modo de vida, su universo, sin dudas interesante y atrayente. Consiguió una fórmula literaria que luego otros escritores han seguido, incluso con éxito.
Termino recomendando su lectura, con la fe puesta en que cada cual encuentra en su momento lo que debe encontrar. Eso sí, no puedo dejar de recalcar que en mi caso personal, esta no fue la puerta que puso Dios para que entrara a este mundo.
Sin embargo, eso no quiere decir que a otros no les vaya a funcionar. De hecho, nadie puede dudar a estas alturas de que sus libros le han servido a muchos como "puerta" de entrada al universo suprafísico, y es y seguirá siendo, una de esas "puertas" extremadamente transitadas.
TADEO

sábado, 1 de marzo de 2008

UN LIBRO RARO


UN LIBRO RARO

Tengo unos cuantos amigos que se interesan por las lecturas metafísicas, ocultistas y de temas por el estilo. Cuando alguno de nosotros conseguía un libro interesante, nos lo íbamos pasando de mano en mano hasta que todos conseguíamos leerlo.

Una vez, uno de estos amigos me dijo:
“Tengo un libro muy interesante, pero creo que no estás preparado para leerlo”. Empezó entonces, a contarme sobre el tema del mismo, y sobre los conocimientos que de él había extraído.

De repente, para su asombro, e incluso para el mío, una serie de ideas al respecto, empezaron a aflorar a mi mente. Hablé como muchas veces me pasa, sin saber bien lo que estoy diciendo, aportando información al que me escucha y a mí mismo, pues es como si alguien hablara por mí utilizando mi cuerpo.

Mi amigo me escuchaba embobado. Cuando hube terminado me dijo: “Espera, te prestaré el libro por una semana. Eso sí, (me dijo) este libro está acompañado por un espíritu que lo protege de personas que no estén en condiciones de leerlo, así que tenlo en cuenta”.

Me lo llevé a casa y lo leí tranquilamente. Mientras lo leía sentía una voz que me hablaba, pero lo que me decía me parecían tonterías. Me incitaba a hacer cosas malas, así que seguí leyendo tranquilamente sin hacerle caso. Cuando devolví el libro, no escuché más aquella extraña y perturbadora voz.
Eso sí, el libro estaba muy bueno.

TADEO