lunes, 25 de agosto de 2008

EL ESPÍRITU DEL ESCLAVO


EL ESPÍRITU DEL ESCLAVO

Cuando era niño tenía mucho miedo a la oscuridad. Mi casa de Cuba era una gran casona construida en el siglo XVII. Su puntal era muy alto, y cuando se apagaban las luces todo se convertía en un gran universo de sombras y de ruidos extraños.
Había un ruido que no faltaba, que era el ruido del gran reloj de pared que presidía nuestro salón. Recuerdo que la sombra de la lámpara de campana, mezclada con alguna otra sombra que ahora no sabría decir de qué era, formaban una especie de figura humana que me asustaba mucho.

A veces el sueño llegaba rápido y no sufría tanto, pero a veces demoraba en llegar y pasaba horas torturado y subyugado por aquel mundo mágico y aterrador. Para colmo, sentía por las noches un extraño ruido. Algo se arrastraba por el piso de mi casa y no eran pisadas humanas. Sonaba como cuando algo de hierro es arrastrado por el suelo, algo pesado.

Asustaba aquel ruido, pero como lo sentía tan a menudo, terminé por acostumbrarme a él, y terminé encontrando una respuesta lógica para aquel fenómeno. Me dije a mí mismo que se trataba de un ruido que venía de la casa del vecino. Llegué a convencerme a mí mismo de que se trataba de una cama de hierro que los vecinos arrastraban hasta colocarla en el salón de aquella casa, el cual quedaba de mi habitación pared con pared. Incluso, alguna vez por la mañana temprano penetré en casa del vecino para ver si veía aquella cama de hierro, o las marcas en el piso de aquel arrastre de la masa férrea, pero nada.

Pasaron los años y casi había olvidado aquella historia. De hecho, como me bequé con 11 años y no regresé a casa hasta los 24, aquel ruido se adormeció en mi memoria durante ese tiempo en que desaparecí yo de mi hogar.

Un buen día, conversando con mi madre, me dijo algo que me dejó muy sorprendido. Ella me habló del sonido del hierro que se sentía por las noches en nuestra casa. Ella también lo escuchaba cada noche, aunque nunca lo había comentado con nadie.

En una sesión espiritista que se hizo en nuestra vivienda, se le ocurrió a mi madre preguntarle a un espíritu por aquel ruido. El espíritu al que se le preguntó, sonrió y luego respondió:

-Hija mía, en esta casa hay muchos espíritus compartiendo la vida con ustedes. Hay uno de ellos que tenía su barracón aquí mismo donde ahora está esta casa. Es un buen ser, y se ocupa de todos ustedes. Por eso, acostumbra a pasear por la casa cuando todos duermen.

Este espíritu era esclavo en vida, y murió con una bola de hierro enganchada a su pie, y por eso, aún en los planos espirituales, sigue arrastrando con la pesada masa de hierro. Pero saben una cosa, ustedes podrían liberarlo.

Mi madre preguntó qué debíamos hacer, y el espíritu respondió. Tienen que conseguir una bola de hierro, enterrarla en la tierra en el patio de la casa, luego hacer un sencillo ritual dirigido por un brujo, y de ese modo, el espíritu quedará libre de la bola que arrastra durante siglos en los planos espirituales.

Todo se hizo como nos indicaron. Se consiguió la bola de hierro, se consiguió a un brujo que hiciera el ritual, y lo demás es historia. Más nunca hemos sentido en mi casa aquel extraño ruido, pero contamos con que el espíritu ya liberado, siga visitándonos por las noches para dejarnos su bendición.

De hecho, una vez se quedó a dormir en mi casa una de mis primas. Se trataba de una niña de unos 5 años, y esa madrugada gritó:
“Mamá, aquí hay un negro en mi cama que no me deja dormir”.

Los espíritus se ríen con estas cosas de los niños. Ellos dicen que aprovechan el momento en que todos dormimos, para limpiarnos a todos de malas energías y tenernos siempre a salvo del mal. Y más curioso aún, todo el que visita mi casa se asombra de lo bien que duerme en ella.

TADEO