jueves, 25 de septiembre de 2008

AL PIE DE UNA CEIBA CUBANA

AL PIE DE UNA CEIBA CUBANA

La ceiba es uno de los árboles más mágicos y reverenciados de los campos cubanos. Su majestuosidad es evidente y dicen que bajo sus ramas se aposentan espíritus de la naturaleza, duendes y todo tipo de seres mágicos. Dicen incluso, que con sólo abrazar a uno de estos árboles, nuestras malas energías se van.

Sé de buena tinta que hay ciertos espíritus que como en vida nunca vivieron en casas, sino que eran personas que vivieron en cuevas o simplemente en la selva, hoy se sienten muy mal morando en pequeños apartamentos o en nuestras casas. Por tanto, en muchos casos, ellos mismos piden que los lleven al monte y los asienten allí, al pie de una ceiba o de una palma real.

Cuando paseas por los campos cubanos, te encuentras que ciertas ceibas tienen clavadas en su tronco, un lazo rojo, un lazo pequeño. El que entiende de estos temas, al ver este diminuto pedazo de tela, sabe que se trata de un árbol que está ocupado, es decir, que ya alguien a asentado al pie de dicho árbol a un espíritu suyo.

Un buen día me vi caminando por el monte en busca de una ceiba para asentar un espítitu del cuadro espiritual de un familiar. Íbamos unos cuantos miembros de mi familia dispuestos a hacer allí la ceremonia correspondiente para asentar en ese lugar a uno de estos espíritus de monte, que nos pidió que lo sacáramos de casa y lo lleváramos a vivir al monte.

A través de un médium se manifestó el espíritu de otro africano, un espíritu muy conocido y querido por toda mi familia, quien nos asesoró en todo lo que allí había que hacer. Luego de los sacrificios de los animales, el espíritu ya mencionado, nos mandó a cocinar todos aquellos animales desangrados y dijo que nos lo podíamos comer en una especie de gran banquete improvisado.

Mientras esperábamos a que se cocinara la carne y todo lo demás, el espíritu africano que se había apoderado del cuerpo de uno de nosotros, me llamó y me pidió que me sentara a su lado.

Se puso a hablarme de cómo había evolucionado la humanidad desde los tiempos en que él era vivo hasta el día de hoy.
Yo me aventuré a preguntarle interrumpiendo sus palabras:
-¿Cuándo Cristóbal Colón descubrió América, usted había muerto ya?
-Creo que sí, me respondió.
-Yo llevo muerto como 500 años.
-¿Y en qué país de África vivías?
-Yo no sé nada de países. Nosotros llamábamos Guinea a nuestra tierra. Sólo te puedo decir que un día llegaron hombres blancos a mi aldea, apresaron a muchos. Yo me escapé, pero me dispararon y una bala se alojó en una de mis piernas. Me escondí en una cueva, pero la pierna se me pudrió. Sufrí fuertes dolores. Para calmarlos bebía bebidas que preparaba yo mismo con raíces de plantas, pero terminé muriendo de esta afectación.
Yo lo escuchaba atento y maravillado. Aún se movía cojeando este espíritu.
-¿Es por eso que usted cojea?
-Así es. Me dijo.
-Dame un masaje en la pierna, por favor, que aún me duele, y hace mucho frío en el plano tierra.
Le acaricié la pierna dándole un suave masaje, lo mejor que pude.
-¿Está fría, verdad? Me preguntó refiriéndose a la pierna del médium que él había “usurpado” temporalmente.
-Sí, está fría, le respondí.
-Tú también vas a estar frío un día, no te preocupes, me dijo antes de soltar una gran carcajada.

Luego, siguió contándome cosas acerca de su manera de entender el mundo.
-Los hombres se han desarrollado mucho. Las cabezas hoy son más complejas, pero a la misma vez, los corazones se han empobrecido. Hay mucha maldad en la tierra. Yo creo que antes todo era mejor. No teníamos nada, pero la gente era más buena de corazón. Los hombres lo hemos jodido todo con tanto desarrollo.
Es muy importante que los hombres aprendan a amarse y a perdonarse entre sí.
Al escuchar esto último, uno de mis primos (uno que no se toma nada en serio) le respondió al espíritu:
-Negro, no no no. Yo no perdono. A mí el que me la hace, me la paga.
Y el espíritu le respondió:
-Pues por eso mismo es que yo no hablo contigo. Hablo con Tadeo, porque él sí sabe de espiritismo, mientras que tú lo único que sabes es de brujería.

TADEO

jueves, 11 de septiembre de 2008

EL TREN DE HERSHEY


EL TREN DE HERSHEY

El tren de Hershey es uno de los trenes más famosos de Cuba. Es una auténtica reliquia que aún funciona, y es a la vez, el único tren eléctrico que rueda en el país. Ese tren casi museo, parte del habanero barrio ultramarino de Casa Blanca, y rinde viaje en Matanzas, la ciudad de los puentes.

En más de una oportunidad me vi perdido en la Habana y necesitando viajar a Matanzas, y aunque el viaje en tren no es el más rápido y cómodo, al menos era una opción segura, así que muchas veces me acerqué hasta la estación de Casa Blanca y me condenaba a mí mismo a realizar aquel viaje de más de 3 horas.

No olvidaré nunca mi último viaje en el tren de Hershey. Estaba en la Habana a punto de marcharme de Cuba. Mis padres estaban en Matanzas pasándose unos días, así que me propuse visitarlos para despedirme de ellos.

Me acerqué a Casa Blanca, saqué un boleto para el tren, y me senté en la estación a esperar. Eran las 11 de la mañana y el tren saldría a las 12 del mediodía. Sin embargo, el tren nunca salió. Dijeron que estaba roto y que lo estaban reparando. Tampoco salió el tren de las 2 de la tarde, tampoco el de las 4 de la tarde.

Estaba desesperado. Recuerdo que pasó por allí un señor vendiendo pizzas, y se armó una cola tremenda. Nunca olvidaré cómo el vendedor intentaba poner orden diciendo que sólo vendería 2 pizzas por persona, esas cosas que sólo ocurren en Cuba.

Después de comerme mi pizza y bajarla con un poco de agua, o de refresco, no lo recuerdo bien, me quedé dormido en mi asiento. Tuve un extraño sueño. En él vi un accidente de tren. Gritos, ruidos, desesperación, personas heridas, humo...

Me desperté sobresaltado y me dije para mis adentros: “Vamos a tener un accidente.”
Estuve a punto de coger mis maletas y marcharme. Pero era muy tarde, estaba muy cansado, y dije que no me iría de Cuba sin ver a mis padres.

Además, una vez un afamado brujo de La Habana me dijo que yo iba a saber el día en que iba a morir, así que me dije: “Yo no voy a morir hoy. A mí no me va a pasar nada.”

Llegó el tren de las 6 de la tarde. Me monté, me senté e iniciamos viaje. Poco habíamos andado cuando me invadió el sueño y me quedé profundamente dormido, tal vez de puro cansancio.

El sueño no me duró mucho. Abrí los ojos y aquel sueño lo estaba viviendo, ahora sí en vivo y en directo. Gritos, personas sangrando me pasaban por al lado, la gente corría de un lado al otro. Unos decían: “Láncense del tren”, otros decían lo contrario: “No se lancen, que es peor”.

Yo estaba paralizado. El tren empezó a vaciarse en cuestión de segundos. Yo no podía pensar. Estaba atontado, adormecido. Mi mente no me llevaba para ningún sitio. De pronto eché a andar con algo curioso que me sucedió. De repente vi a una mujer que le echaba mano a mi mochila que estaba colocada sobre mi asiento en el compartimiento para equipajes. Yo estaba ya a punto de lanzarme por la puerta del tren hacia abajo, pero al ver que me robaban mis pertenencias, regresé rápidamente saltando por encima de los asientos hasta alcanzar a la ladrona, y en medio del barullo, le expliqué que se llevaba mi mochila. Se la quité de la mano y corrí en dirección contraria hasta verme en la puerta del tren. Finalmente me lancé a tierra. Ya el tren no andaba.

Una vez en tierra, pude evaluar mejor la situación. Llovía, y parece que una chispa había incendiado el tren. Una bola de fuego y humo recorría el tren de punta a cabo. La gente decía: “Apártense del tren, que va a explotar”. Pero era difícil alejarse, pues estábamos al borde de un pantano.

Gracias a Dios, el tren no explotó y tiempo después, nos mandaron otro tren que nos recogió y llevó finalmente a nuestro destino. Una vez en el tren, nos mirábamos los unos a los otros, y casi todos estaban sucios, con las ropas raídas. Un policía perdió su pistola. ¿Se la habrían robado en aquel río revuelto?

Lo cierto es que yo estaba limpio y con mi equipaje en la mano. Me miraba mi camiseta blanca y no entendía nada, mis deportivas blancas, y no entendía cómo mantenían su color original. Parece que una fuerza superior me protegía, y tanto lo hizo, que no permitió siquiera, que mi ropa se ensuciara.

TADEO